Las entrevistas con Guille se sucedían regularmente, y así nuestra relación fué alimentando una cuasi amistad que Dios dirá si será fortalecida o no con los acontecimientos a vivir en el futuro.
Mi estrategia consistía , hasta el momento, en lograr su confianza o, por lo menos, ganarla gradualmente y poder infiltrarme como un microorganismo en su cerebro siempre vigilante, para debilitarlo, apaciguarlo y torcer su instinto feroz para que perdone de una vez a mi rubia amada.
Esa tarde, previo acceso de tos, fumando su habano eterno, en su mano el vaso de whisky con hielo, el entrecejo fruncido, los ojos dirigidosal techo, sin mirar, como buscando en las profundidades de su memoria algún recuerdo que lo había impactado, un hecho interesante, un suceso emotivo, en fin, ya veremos...
Cuando bajó sus ojos a la pequenia mesa a la cual estábamos sentados, parecía haber resuelto su problema, disuelto fantasmas, despejado brumas y asi, empezar su relato.
Era un gordito de unos seis, siete anios que, como todos sus companieritos, corría todo el día, jugaba aceptablemente bien a la pelota, saltaba zan jas, tocaba timbres y desaparecia, entre las maldiciones de los vecinos del lugar.
Donde sacaba amplias ventajas era en el cole; Guille era un excelente alumno, aplicado, lúcido, rápido con los números, memoria para historia y geografía, de lenguaje pulido, prosa galana y excelente ortografía y sintaxis.
Sus padres, inmigrantes trabajadores, honestos y honrados a carta cabal,cifraban todas sus esperanzas en él, y ya lo imaginaban como un hábil aabogado, resolviendo casos difíciles, ganando juicios y acumulando buena moneda.
En una oportunidad, hubo un robo de dinero de la caja de la cooperadora del colegio . Acusaron a Tobías, un ninio humilde hijo de una fam ilia modesta con grandes dificultades económicas.
Todo lo sindicaba como el culpable inequívoco del hurto, estando por ello al borde de la expulsión.
Sin embargo el gordo Guille puso en juego su olfato innato de defensor y después de una rápida investigación, consiguió demostrar que el tesorero de la Asociación era el verddero autor del ilíicito, acuciado por deudas de juego.
Había resuelto favorablemente su primer caso. En la escuela su fama alcanzó niveles altísimos, se lo miraba con cierta admiración, gracias y pese a sus poquísimos anios.
El gordo se reacomodó en el sillón como hacía siempre al dar por terminado su relato... tomé mi whisky apresuradammente, saludé con un ¨hasta la próxima¨ y abandoné velozmente el departamento....
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